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El veneno que corre por mis venas corrompió mi espíritu, mi carne ya marcada por la fuente donde emanó mi ser, me llevó por caminos ya trazados hacia una existencia de desgracia y desolación. Encontré ríos, lagos y hasta mares, pero la impureza ya impregnada me negaba el derecho de ser purificado. ¡Arrastrado por ideas que atormentaban mi cabeza y angustiaban mi alma quede aislado, no del mundo; ¡sino de su grandeza! Mi cuerpo tembeleque y mi espíritu quebrantado corrió al monte para confesar su gran pecado, pues, aunque fui condenado desde el seno de mi madre, en mi corazón ardía una llama que imploraba ser apagada y mi espíritu gritaba: "Eres tú quien debe buscar el agua", y entre gritos y sollozos desgarré mi alma, cuando al fin me liberé, me di cuenta de que las lágrimas que brotaron por mis ojos fueron apagando esa llama que oprimía mi corazón. Se abrió el monte y corrieron manantiales donde me sumergí, y al salir, las primeras palabras que brotaron de mis labios fueron: "Alabado eres Señor, porque me has devuelto a la grandeza del mundo y esa grandeza eres tú".

Habla que tu pueblo escucha, Tomo 2
Enseñanza 28
g. 11
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